Señor, tú estás aquí
en esta habitación,
qué extraordinario poder escribir esto.
Quién sino tú puede dar 
a esta pequeña habitación
esta belleza misteriosa,
discreta, elocuente, exultante
y humilde a la vez, inabarcable...
Tú estás aquí en el silencio que habla
con una voz alegre, estimulante, 
reconfortante, llena de estrellas.
Tú estás aquí y me enlazas
a este universo de una grandeza
inefable pero que el corazón comprende
con gratitud, con felicidad

                             4 de julio, en madrid


                   ooo


De camino a la peluquería coincido con una monja
quizá católica en un semáforo. Debe andar por los 
sesenta y muchos. Su hábito es azul oscuro y su 
rostro es luminoso. Cruzamos el semáforo, vamos 
en la misma dirección, tiene una andar ligero, ágil,
irradia claridad y determinación. Siento que me está 
enseñando algo justo ahora: la determinación, firme
y suave al mismo tiempo.
Va más rápida que yo y veo que entra en una farma-
cia. Al lado hay una guardería para niños de hasta 
tres años donde alguna madre está dejando a sus 
críos. La monja está un buen rato en la farmacia.
Estoy esperando a que salga porque todavía siento 
que tiene algo más que decirme, que enseñarme. Y
así es, desde la acera de enfrente de esta calle soli-
taria, la oigo decir un cariñoso "hola" a algún niño 
en la puerta de la guardería, un"hola" de cercanía, 
de buena disposición, de estar a favor del niño a 
quien dirige su saludo jovial y alegre, cooperador.
Siento que ya me ha dicho lo que me tenía que de-
cir. Va rápida, ésta es su última enseñanza: que tene-
mos que estar atentos a las señales que Dios nos da,
Jesús va rápido, y aunque es insistente, no quiere 
que perdamos el tiempo, tiene muchos a los que 
atender.