Tengo fe
Tengo fe en el adorno de Navidad,
todo el año en el cuarto de estar
y de improviso me alumbra
Tengo fe en todo lo que no sabemos,
en la pura fe que corre subterránea
sin que sepamos cómo nos alimenta
Tengo fe en el largo silbido del mirlo
que del lugar angosto
que a veces es nuestra alma
hace una avenida del paraíso
Fe en los que renuncian a la palabra
porque simplemente son
En la camarera
que con una sonrisa se entrega a su labor,
una sonrisa que sólo Dios ve
Tengo fe
en los que no siempre preguntan por qué
Fe en las sillas y las paredes,
las mesas y las sombras,
que nos corrigen y guían
con su paciencia y quietud
Fe en las palabras
que son estrellas que aclaran la mente;
en el silencio, la primera estrella, tengo fe
En el jabón
que se gasta y se convierte
en luz de nuestras manos
y nuestro rostro.
En el lápiz que se gasta
y se convierte en palabras y dibujos.
En los que se entregan
como ofrenda a lo que no se ve
Fe en los que no oyen el ruido del mundo
En los que no devoran a sus hijos,
en los que no se dejan devorar, tengo fe
En los árboles que nos alumbran,
en la bondad de las flores,
en las dulces mañanas de invierno,
en las hojas caídas,
en la risa de Dios
Tengo fe en los hombres que duermen
y no pueden sino abrirse
a la llamada de la vida.
¿Qué podrá dar un hombre
para rescatar su vida
sino la propia vida?
Tengo fe en el aire, la luz,
que se llevan la locura de los hombres
Tengo fe en lo que puede ocurrir
en lo más profundo de un corazón
Tengo fe
en los que son fuertes en el amor,
que todo lo cuida y todo lo ve,
en tu vida eterna tengo fe
A "la dicha de entender" de la que hablaba
Jorge Luis Borges se añade otra felicidad,
la dicha de no entender, la dicha de no
entender totalmente. A ella se refiere
Soren Kierkegaard cuando dice que para
poder reverenciar, para poder adorar a Dios,
necesita sentirse ante una grandeza que le
supere, necesita sentirse ante una majestad
que vaya más allá de los límites de su
comprensión y su entendimiento.
Si su razón pudiera explicar totalmente
y abarcar a Dios, éste no sería verdadera-
mente grande.
En esta dirección van también las palabras
de François Mauriac cuando dice que
abandonarnos a Jesús, fiarnos de él, es la
más inteligente y límpida intuición, la más
alta Gracia.
Del libro: El azul de Dios
Escucha mi Palabra
es Infinita es Eterna
es el Silencio
en mi Palabra tu individualidad
se disuelve, se desvanece.
Pierdes entonces tus límites
y te vuelves ilimitado,
eres uno Conmigo, eres vasto,
eres Silencio que es la Palabra
más atronadora del universo,
eres Infinito y Eterno
Del libro: El azul de Dios
Tus manos
En medio de nuestro sufrimiento,
en medio de nuestras dificultades,
nuestra desesperación y desgracias,
en nuestros errores y desobediencias,
quien nos está ayudando
de más maneras
de las que nos damos cuenta,
quien está trabajando
para sacarnos adelante,
es Dios, el Atman,
el Espíritu, el Buda de la Tierra Pura,
el Amigo
Del libro: El azul de Dios
No existe la normalidad,
existe Dios.
Y ante Dios, ante lo Infinito y lo Eterno,
sólo cabe la humildad,
la humildad con la que acogemos
a Dios y al Infinito y lo Eterno
en nuestro corazón
y ahí brillan y nos iluminan
y ahí vivimos
ooo
La vida es una oración. Si yo aprendiera
a rezar como la vida reza, qúe bien mo-
riría, qué bien viviría.
No dividido entre la realidad y el deseo,
simplemente sería y vería los días lle-
gar y partir. Yo mismo a mí llegaría y
partiría.
Si yo supiera rezar como lo hace la
vida, moriría como he visto morir a
algunos hombres y animales, sosegados
y tranquilos, con dulce vida en la mira-
da, confiados, confiados a ese instante
último.
Pues eso es vivir y morir, confiar al
cabo.
Si yo supiera vivir, confiaría.
Este segundo poema pertenece al libro
"Almas distantes"
Del libro: El azul de Dios
Sisley, Hiroshige, Peter Brueghel,
tres maestros antiguos
tocados por la varita mágica
del desapego,
sus figuras humildes, anónimas,
en los avatares de este mundo flotante,
se entregan a una instancia más alta,
parecen saber,
alguien en la tierra debería saber,
que pase lo que pase
nunca pasa nada
Del libro: Hojas de luna
Vi un gran pájaro,
como tú y como yo,
no era muy grande,
como un gorrión,
igual que tú y yo,
volando allá arriba,
en lo alto, en su ramita oculto,
a solas con Dios
ooo
La noche en silencio
y la lluvia en la calle solitaria,
van cayendo las hojas,
cada una en su sitio,
como tú y yo,
el mundo es obediente,
el mundo es bueno,
el mundo es santo
Del libro: El azul de Dios
Para la creencia errónea que equipara
el Vacío budista, Sunyata, no con la plenitud
que realmente es, sino con el nihilismo y la
nada, estos cuatro poemas del monje budista japonés
Ryokan (1758-1831)
Mi vida puede parecer melancólica,
pero viajando por este mundo
me he puesto en manos del Cielo.
En mi bolsa, tres medidas de arroz;
junto al fuego, un haz de leña.
Si alguien me pregunta cuál es la señal
de la iluminación, cuál la señal
de lo ilusorio, ¿qué les diré?
las riquezas y el honor sólo son polvo.
Mientras cae la lluvia al anochecer
me siento en mi ermita
y mi respuesta es mi paz
Volviendo a casa tras un día de mendigar,
la salvia ha cubierto mi puerta.
Ahora unas cuantas hojas verdes arden
junto a la leña del hogar.
Leo en silencio poemas de Han-Shan
con el viento de otoño que trae una lluvia
ligera que susurra entre los juncos
y me siento en paz.
¿Sobre qué especular, sobre qué dudar?
Un sendero estrecho rodeado
por un espeso bosque;
alrededor las montañas en la oscuridad.
Las hojas de otoño ya han caído.
No llueve pero las rocas oscuras
están cubiertas de musgo.
Volviendo a mi cabaña
por un camino que pocos conocen,
llevando una cesta de setas frescas
y un cántaro de agua pura
del pozo del templo
De noche, en las profundas montañas
me siento a meditar.
La confusión de los hombres
nunca llega aquí:
todo es quietud, todo limpio y vacío,
todo el incienso se lo ha llevado
la noche infinita.
Mi vestido se ha convertido
en un manto de rocío.
Sin poder dormir, salgo a pasear por los bosques,
de pronto, sobre el pico más alto,
surge la luna llena
"Retirándose en el silencio y la soledad,
el hombre se expone a lo real en su
desnudez, a un vacío en el que experimenta
la presencia de Dios".
Padre Bernardo Gianni
Del libro: El azul de Dios
La luz de Dios nos cambia
"Retrato de una mujer",
Anónimo alemán,
hacia 1480,
museo Thyssen-Bornemisza,
Madrid
"Para quien se obstina en mirarla desde
fuera, la Gracia no es siempre comprensible".
Marco Pozza,
en "Las gaviotas y la golondrina,
el Via Lucis del Papa Francisco"
"El no creyente en mí
estimula al creyente en mí".
Cardenal Carlo Maria Martini
ooo
La luz de la naturaleza es la luz de Dios.
Una nube se transforma en la Virgen,
la Virgen de la Caridad, del Greco,
que nos protege a todos
ooo
En este cuadro, "Paisaje invernal"
de Jan Van de Cappelle, vemos
un personaje que me recuerda a Dios.
Ahí, en el invierno, ante el hielo
y los patinadores, los árboles despojados
y el cielo de tormenta y luminoso.
Y este personaje que también me recuerda
a Orson Welles cuando habla de la catedral
de Chartres en su película "Fake",
está observando, está siendo,
simplemente, nada menos que siendo,
disfrutando en silencio de su Creación:
parece que todo el paisaje está contenido
en él, viviendo en él,
secreta, eternamente
ooo
El elocuente silencio de los cuadros,
sus personas que portan su secreto,
su historia, su misterio.
Ahí está su compasión, su piedad...
Y nos miran, y nos alcanzan
"Antiguo mercado del pescado
del Dam en Amsterdam",
de Emanuel de Witte
ooo
El cielo de Dios, tan vivo,
en este día gris, tan humilde,
que Él ha puesto
para que los pájaros y nosotros
podamos volar
Del libro: El azul de Dios
¿A cuento de qué tanto ruido?
Contemplando la luna tranquila
desaparecen todas las preocupaciones
sobre la muerte y la vida
a Ángeles,
a Ryokan,
monje budista japonés
contemporáneo del pintor
Caspar David Friedrich
y de Jesús de Nazaret
"Alabado seas, mi Señor,
con todas tus criaturas,
especialmente por el hermano sol
el cual es día y por él nos alumbras,
y él es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva señal.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste
claras y preciosas y bellas."
San Francisco de Asís
Cántico del hermano Sol
del libro: El azul de Dios
Del libro: El azul de Dios
Camino del Edén
Caminito del Calvario
pasé por la casa de mi madre
y vi la puerta que ella abría.
Y oí los niños jugar
en el colegio de enfrente.
Vi entonces un gran ciprés elevarse ante mí.
La carne sufre y goza.
La carne sufre y goza.
La grandeza del ciprés. Y vi también
el día de su muerte, cuando caería
y sería despedazado.
Su carne era la mía. Su muerte era la mía.
Pero había algo más
que quizá no se ve a simple vista.
Su grandeza era también la mía.
En mi pequeñez estaba su grandeza.
El ciprés se elevaba ante el sol
y lo que él era, lo que él es,
no podía morir, no puedo morir.
El dolor no te lo quita nadie,
pero la eternidad tampoco.
Su forma sí se podía disgregar
como la mía, pero no desaparecer,
su ser es incorruptible,
mi ser es incorruptible,
su ser y mi ser y el de todos los seres
el mismo ser,
un solo ser,
fecundo, vibrante, luminoso, gozoso
ooo
Una mujer escucha la Palabra de Juan:
el Infinito se corresponde
perfectamente con el latido sereno,
eterno, de nuestro corazón
San Juan predicando en el desierto,
de Massimo Stanzione,
museo del Prado
ooo
"En el interior del bosque reinaba el silencio
como en un alma humana feliz.
El silencio encendía oraciones en el alma."
Robert Walser, "El paseo"
Un cuadro de Salvator Rosa
"Jesús entre los doctores"
los doctores parecen listos
Jesús bueno
Del libro: Una conversación silenciosa