Naufragaron, unos cuantos hombres y una mujer. Decidieron
cortarla en pedazos para que todos tuvieran su parte.
Al poeta le cayó en suerte el sexo, lo escondió mientras
los otros consideraban la parte que les había tocado. A
ningún náufrago hicieron feliz aquellos regalos. Se aden-
traron en los restos de la mujer como el que entra en un
camino o en un laberinto o un pozo. Con prudencia, con
valor, con fe.
La mujer, en cambio, desde el primer momento había disfru-
tado de todos.
Al rey le cortaron una pierna hace dos años para
serrar el principio de una grave enfermedad. Ayer
le cortaron la otra. El rey reposa. Desde ayer no
ha dicho nada. Una manta deshilachada cubre lo que
antes eran sus piernas.
En el jardín juegan sus hijos. Se disfrazan de
venados, de árboles, de reyes. Las palabras de sus
juegos son amenazadoras y divertidas. Están apren-
diendo el juego de reyes.
La reina está jugando al ajedrez con la muerte de
su esposo. El rey celebra las buenas jugadas de sus
dos enemigos. Si ganara la reina, el rey correría
el riesgo de la inmortalidad. Si ganara la muerte,
el rey entraría en un peligroso camino sin oscuridad
y sin luz. Brilla el sol sobre el jardín real, no
hay nadie triste allí. Magnífico que en esta fiesta
del ajedrez ningún rey sea prisionero de su destino.
Del libro: Informe de la carretera abandonada
El color del mar es blanco hoy. He estado en el
puerto. Había una chica de pelo negro y largo
crucificada en el mástil de un barco y hombres
lamían en el suelo la sangre de la muchacha. Un
poco más lejos, otro grupo de hombres se pregunta
quién la clavó al madero. A la caída de la tarde,
un hombre sin signos en la frente va allí cada
día, y barre los hombres que estaban cogidos en
la espiral de sus preguntas; barre a los que,
unas veces jubilosos y otras veces tristes, lamían
al pie del mástil y barre también la sangre de la
mujer que no muere ningún día.
Del libro: Informe de la carretera abandonada
La luz de la luna ha bajado hasta ella y ahora es
una rosa de luna en su pelo. Siempre quisimos
llevar a la novia a un manantial olvidado de la
muerte. Finalmente la hemos confiado a un hombre.
Quizá su sola fuerza es su debilidad por ella. Él
ve el mundo, y nada debe revelar, a través de las
ventanas que son las manos extendidas de ella.
Nuestras miradas de amor coronan su joven frente.
Ella va adelante con tu hermano y quizá tu enemigo.
Ella no mira hacia atrás y ya te ha mirado. Ves
cómo cae sobre sus hombros su pelo. Es el día de
tu boda. Aunque tu sombra no crea en ella no temas
este giro del destino.
Del libro: Informe de la carretera abandonada
Descansemos un poco. Un hombre bajó por el camino
desde la montaña. Hacía sol, era un día del mes
Octubre, nevado. El hombre traía una lanza y en
la lanza llevaba atravesado un animal pequeño.
Llegó a la puerta de Mari. Mari habla con una
calavera. Mari abrió la ventana del día azul y
frío. El hombre entró. La casa era blanca. La
luz dorada adornaba el pelo de Mari, sus manos,
su cintura. Mari se desnudó. Prepararon el animal,
pusieron vino en la mesa. Comieron. El sol ya
estaba bajo. Durmieron. Salieron fuera. Mari tiró
una piedra a una estrella. Entraron y sobre la mesa
hicieron una torre con piedras de río que el hombre
había traído. Era una torre donde cada piedrecilla
era una puerta, una ventana. Se hace tarde, cada
día es una puerta abierta, una ventana abierta, un
fuego que el hombre apaga.
Del libro: Informe de la carretera abandonada
No se acuerda de salvarme, el sereno lenguaje
de la nube.
Del libro: Informe de la carretera abandonada
Todo el amor que me quieres decir cuando dormida
tomo tu mano.
Del libro: Informe de la carretera abandonada
Buda muestra la flor de loto y Kasyapa
sonríe. Por fuerza, quien nos ha trans-
mitido la historia supo también sonreír.
Del libro: Informe de la carretera abandonada
¿Qué estáis haciendo con vuestras vidas
cuando vais en el metro, cuando os ponéis
la ropa o untáis el pan con mermelada? ¿Un
poco de dinero, un poco de preocupaciones,
un poco del recuerdo de una chica untáis en
el pan? Y en la cabeza un poco de mermelada.
Del libro: Informe de la carretera abandonada
Cuando llegué a casa de mi hermana me
sacudí la nieve y dejé afuera el frío rojo del
cielo. Mi único equipaje es un plato de hierro,
ponme en él lo que quieras. Entonces mi her-
mana me pasó la mano lentamente por el pelo.
Miré sus ojos, miré la habitación, miré sin
rencor, largamente, todo el hierro que había
en mi plato de hierro.
Del libro: Informe de la carretera abandonada
Mi familia vive en un castillo de cristal. Llevan
allí cierto tiempo. Me escriben a veces. Les va
bien. Mi hermano ha crecido mucho. Mi padre
se sube a una escalera y baja a la noche, le sigue
gustando comer arroz. El castillo está en lo alto
de una colina. Hay un valle blanco a sus pies. Vue-
lan pájaros alrededor del castillo, pájaros omino-
sos, muy negros. Si uno de ellos se posa sobre las
almenas, mi madre le limpia el polvo con un plumero.
El pájaro la observa en silencio. Mi madre le dice
cosas bonitas: -hola pájaro.
En el valle no hay un sólo hueso de héroes que ha-
yan intentado llegar al castillo. Todos los que han
intentado llegar han llegado. Los que no resistieron
el castillo murieron en él o lo abandonaron. A veces
mi madre encuentra un hueso en la despensa. Acaso
es un hueso de héroe. En el guiso de su caldero de
oro echa ese alimento de sustancia fácil de describir.
En el lento viaje de mi madre un héroe se podría es-
tremecer.
Del libro: Informe de la carretera abandonada
Tengo el gato hexagonal: un lado es de color ver-
de, es como una colina al atardecer. Se une al lado
siguiente por un pequeño puente. Un puente casi sin
luz a cualquier hora del día, en silencio siempre. La
sombra del puente es el tercer lado, todo es negro
ahí. En el cuarto lado del gato hace sol. En ese lado
tiene los ojos. Hay allí unos árboles, un camino que
se pierde en el lado quinto, pero no veo los ojos,
quizás estén entre las hojas brillantes de ese pequeño
roble. En el quinto recodo oigo una voz de mujer y
me habla esto: -No tengo miedo de vivir aquí.
El cuerpo de la mujer es el quinto lado. El sexto es
su alma, no entre ventanas o rejas. Paseo y me mue-
vo por y entre las aristas y sitios de este animal, sin
decirle que estoy aquí.
Del libro: Informe de la carretera abandonada
El disparo que te acaba, ciervo, es ser más
radiante que tu bosque.
Del libro: Informe de la carretera abandonada
Ya no viene nadie conmigo al gran depósito
negro de gasolina. Abro la tapa del gran depósito.
Me meto dentro y me siento. Qué fresca y qué
nueva es esta oscuridad. Se ve desde aquí el cielo
desnudo. Es lo único que se ve.
Del libro: Informe de la carretera abandonada