a William Holman Hunt

Desde lo alto de la colina se podía ver el mar,
las verdes vertientes de los acantilados y las
rocas, y el cercano mar lejano susurrando a las
sombras en la caída de la tarde.
Las ovejas habíamos llegado allí por azar y tam-
bién por el destino. Estábamos perdidas y no es-
tábamos perdidas. Entre la hierba y las mariposas
y el pálido sol del final de la tarde mirábamos a
nuestro alrededor buscando un redil para pasar la
noche.
Hasta que una de nosotras, por azar y también por
destino, al masticar una hoja de hierba o andar
por un momento despreocupada entre las rocas,
sintió un hogar en aquella vasta y dulce intempe-
rie y el rebaño se apaciguó y el rebaño se salvó.