Respuesta a Borges
En su último libro, "Los conjurados", Borges presenta
su poema "Cristo en la cruz". Creo recordar que
Borges escribió este poema cuando tenía cáncer. El
poema termina con esta pregunta que se refiere a
Jesús en la cruz: "¿De qué puede servirme que aquel
hombre haya sufrido, si yo sufro ahora?"
Siempre he sentido profundamente de una manera
personal e íntima que la respuesta a esta pregunta
no acababa, no podía acabar, al menos en lo que a mí
se refería y se refiere, no podía acabar en la pregunta
misma. No podía acabar en el desmayo, la consterna-
ción, la debilidad y tristeza, la resignada desesperación
incluso, que la pregunta transmite.
Han pasado muchos años desde que leí este poema
por primera vez en 1985. Pero nunca esta pregunta ha
dejado de interrogarme.
Y poco a poco, poco a poco se ha ido labrando en mí
una respuesta a ella:
Es una respuesta esperanzadora, no basada en una
esperanza puesta en un futuro probable o improbable.
Sino que esta esperanza se funda en una realidad; mejor
pues que esperanza habría que llamarla constatación o
toma de conciencia sobre algo profundamente enraizado
en cada uno de nosotros, a pesar de nuestras cegueras
más o menos pasajeras y que las palabras del Padre
Enzo Fortunato describen así: "Jesús nos dice que quien
le sigue sabe que puede afrontar la cruz de un modo di-
verso".
Y este modo diverso consiste en saber que somos algo
más que un cuerpo que sufre en una cruz o acosado por
un cáncer o cualquier otra enfermedad o mal.
Este conocimiento de algo íntimo y consustancial a
nuestro ser que va más allá de todos nuestros desmayos,
debilidades comprensibles, dolores y muertes es saber
que somos eternos, que nuestra alma es eterna, es eterna
ya, ahora, en este mismo momento.
Las palabras del maravilloso joven italiano Carlo Acutis
nos ponen en contacto con este núcleo que nos conforma
y del que parten todos nuestros bienes: "La tristeza es la
mirada hacia ti mismo, la felicidad es la mirada vuelta
hacia Dios". Y Dios es la superación de todos nuestros
egos, de todos nuestros miedos, Dios es nuestro Yo verda-
dero, aquél que o aquello que hace posible responder con
alegría a la pregunta de Borges.
Otras palabras de Carlo Acutis ahondan de nuevo en esta
realidad: "La conversión no es otra cosa que llevar la mira-
da desde abajo hacia arriba, basta un simple movimiento
de los ojos". Conversión es conciencia: llevemos nuestra
mirada desde lo "abajo" de nuestro ego a "arriba", al In-
finito que nos constituye.
Gozosamente recuerdo las palabras de Laurence Sterne
que responde también así a Borges: "Estoy enfermo,
muy enfermo, pero siento en mí la fuerza de la Existencia
y sé que no voy a morir, sino a vivir".
El mismo Jesús en la cruz tras un momento de desmayo
expresado en sus palabras: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado" confía y entrega su ser al Infinito:
"En tus manos encomiendo mi espíritu".
El mismo Jorge Luis Borges supo dar en otro momento de
su vida una respuesta a su pregunta, una respuesta en con-
sonancia con el Infinito, en consonancia con las palabras
de Jesús y de tantos hombres y mujeres luminosos, y lo
hizo con estas palabras: "Ser para siempre, pero no haber
sido".
"Dios es personal, es siempre la primera persona, el Yo,
eternamente parado frente a ti. Tú das prioridad a las
cosas del mundo, por eso Él parece haberse retirado a
un segundo plano. Si te desprendes de todo lo demás y
sólo lo buscas a Él, quedará como lo único, como el Yo
verdadero.
La mente siempre tiene la dificultad de querer que cierta
teoría sea satisfecha. En verdad no hace falta ninguna
teoría para quien desee realmente aproximarse a Dios
o realizar el propio Ser verdadero".
Ramana Maharshi
"Este calor no es de la atmósfera, porque estamos en pleno
invierno y no hay rastro de nieve fundida en torno a noso-
tros. Es, por tanto, interior. Es el calor del Espíritu Santo.
El reino de Dios ha bajado a los hombres y esto no tiene
nada de extraño; así debe ser, porque la gracia de Dios
mora en nosotros, en nuestro corazón. ¿No lo ha dicho
acaso el Señor? El reino de Dios está en nosotros".
Serafín de Sarov