Un día, cuando mi madre ya estaba bastante 
enferma, mi hermana Paloma me dijo que ya 
no íbamos a verla mejor. Y en el aspecto físico
así fue. Pero no en el plano espiritual, en éste
nunca antes la vimos mejor, mejor que nunca.
A lo largo de su vida mi madre supo llevar 
situaciones complicadas con gran prudencia,
con gran sabiduría. Mi madre creía en Dios, 
tenía una relación fuerte con Él, Él la inspiró
y guió en los momentos difíciles.
Y ahora, en su última etapa, consciente de sus
limitaciones físicas, creció aún más en ella 
esta dimensión espiritual. Estaba aún más 
abierta a la presencia de Dios.
Y esto se manifestaba en su tranquilidad, su
sonrisa, nunca se quejaba, emanaba paz. 
Y decía cosas maravillosas. Un día, estando 
con ella me dijo: "Qué bien estamos".
Decir eso era una victoria sobre la enfermedad
y la muerte. Lo dijo con una calma radiante.
Radiante de bienestar, de felicidad, que se 
extendía por todo lo que nos rodeaba. Su cara 
luminosa, con una plenitud dichosa, sosegada...
que transformaba aquel momento en algo eterno.
Cuánto bien me hizo mi madre. Cuánto bien 
me hicieron, me hacen, aquellas palabras.

                   ooo

En la noche, 
en el cielo de invierno
y los árboles sin hojas
hay un silencioso presentimiento,
más amado en razón 
de que no pide ser certeza,
es humilde y le basta con ser 
tan sólo una intuición
de que algo bueno y bello
más allá de la muerte nos espera, 
un Cielo más allá del cielo