Dios recoge todas las almas


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                  Jesús

Di "Jesús", me digo a mí mismo. Di el 
nombre de Jesús en todo momento, en 
todo lugar, en toda circunstancia. Dilo 
tranquilamente, y si no estás tranquilo
dilo también. 
Di "Jesús, o también di "Jesús salva".
Di simplemente "Jesús". Decir "Jesús 
salva" es la consecuencia de decir "Jesús".
Decir simplemente "Jesús" ya salva.
Nos abre a horizontes insospechados... 
en nuestra propia cocina, en el cuarto de 
baño, mientras barremos o fregamos los 
platos, en el lecho de un enfermo, en 
cualquier sitio... Decir "Jesús" transforma 
todo, al decir "Jesús" descansamos tran-
quilos, o también nos recuperamos de un 
mal momento, verdaderamente renacemos
y resucitamos. Lo puedes decir en un 
momento, en todo momento, siempre que 
quieras. 
Decir "Jesús" no es hacer magia, no es un 
talismán, no es un mantra que repetimos 
mecánicamente o fanáticamente.
Decir "Jesús" es una corroboración, es la 
confirmación de un hecho: Es la confirma-
ción del poder de Dios, Jesús es Dios, y su 
sola existencia produce vida y salvación,
aunque muchas veces nos cueste mucho 
trabajo verlo. 
Si amamos el Bien, si amamos, estamos 
diciendo "Jesús" con otras palabras, con 
todas las palabras. 
Di "Jesús" y luego escucha el silencio y el 
silencio te responde y te dice "Yo soy Jesús, 
Yo soy Dios, Yo te salvo, siempre te salvo, 
escúchame, te doy paz, te doy amor, 
descansa en mí, ponme a tu lado".


  a Sor María del Carmen a quien vi 
  unos segundos y de refilón en la 
  residencia de Fausta Elorz hace unos
  años, y cuya alegría me inundó y me 
  inunda con la maravillosa e inagotable
  vida de Dios.

  a mi esposa y a mi madre, a tantas otras
  personas, tantas otras cosas que extienden 
  la vida de Dios.






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Desde mi ventana las nubes.
Prodigiosas, en silencio,
recuerdan las fotos que vi
de galaxias y mundos lejanos 
que hizo el telescopio Hubble, 
el infinito, lo extraordinario, 
se despliega ante nuestros ojos, 
a simple vista, 
sin que tengamos que esforzarnos.
Como también lo vio William Blake,
"tienes el infinito en la palma de tu mano".
Mi esposa me señala un milano 
que planea en el azul, 
los reflejos de plata de las hojas de los árboles
ondean en la brisa de la mañana,
el libro de Dios se abre
ante nuestros pequeños ojos asombrados
y nos invita a entrar
y entramos, con cuidado, para no dañarlo