Un día Orson Welles lloró
mientras sus dedos jugaban
con una persiana veneciana y la luz.
En la habitación, Peter Bogdanovich
y otros amigos veían
“El cuarto mandamiento” en la televisión,
todos aquellos minutos
que los productores habían cortado
se deslizaban
entre los dedos de Welles y la luz

“The magnificent Ambersons”,
conocida en castellano como
“El cuarto mandamiento”