Al cabo, una mujer encuentra mi mirada y algo
que es suyo reconoce en mí. Su vejez, su juventud,
algo suyo. Su soledad, su búsqueda, algo suyo. Que
está en mí, acaso sin yo saberlo, que está en noso-
tros ahora que nos encontramos, y ella lo ve y lo
hacemos crecer, y yo lo busco y nos pertenece. Nos
acercamos, con algo en nuestros ojos más próximo
que el reconocimiento.

Este encuentro, el reconocimiento de dos partes
del mismo río que se pertenecen. Este encuentro,
nacido de la sed, del azar, de otro azar que la sed
inspira.

Nuestro reflejo es orlado por las montañas. Altas
en el agua, altas en el aire, calladas en el corazón.