Había alguien que salió a pasear y fue
por aquí y por allá. Por el cielo y el
infierno, un rato también en el purgatorio.

Y hubo también otra persona  que al
describir aquel caminante decía que estaba
desorientado, desesperado y que todo
era absurdo. Pero no era verdad.

Nuestro solitario paseante dondequiera
que iba estaba en paz, porque Dios
estaba en su corazón y en todas las cosas,
su corazón era Dios y todas las cosas.

Por eso no está de más recordar a Gyokuchu,
el joven maestro: "Donde hay proezas magistrales,
un burro ciego oye tronar".