A "la dicha de entender" de la que hablaba
Jorge Luis Borges se añade otra felicidad,
la dicha de no entender, la dicha de no 
entender totalmente. A ella se refiere 
Soren Kierkegaard cuando dice que para 
poder reverenciar, para poder adorar a Dios,
necesita sentirse ante una grandeza que le 
supere, necesita sentirse ante una majestad
que vaya más allá de los límites de su 
comprensión y su entendimiento. 
Si su razón pudiera explicar totalmente 
y abarcar a Dios, éste no sería verdadera-
mente grande.
En esta dirección van también las palabras
de François Mauriac cuando dice que 
abandonarnos a Jesús, fiarnos de él, es la 
más inteligente y límpida intuición, la más
alta Gracia.