"La vocación de Mateo",
de Marinus Reymerswale
Hay en este cuadro algo extraordinario, las miradas
de Jesús y San Mateo no se encuentran y ya se han
encontrado.
Jesús ni tan siquiera se dirige a Mateo para decirle
"Sígueme".
Jesús se limita a pasar por allí, su presencia es su
Palabra. Y Mateo le ve y queda fascinado. La
presencia de Jesús atrae, fascina.
En esta pintura podemos sentir que a veces las
palabras no hacen falta y que pueden resultarnos,
por muy suaves y discretas que sean, impositivas
y hasta contraproducentes.
Jesús sabe eso y en esta pintura se limita a estar
y no habla, no mira a Mateo: se limita a pasar.
A pasar como podría hacerlo una brisa refrescante,
o unos rayos de luz por una habitación oscura.
Jesús es muy discreto y no fuerza: Jesús es esa
brisa fresca que de improviso nos hace ver cuán
irrelevantes son nuestras preocupaciones, Jesús es
el canto del pájaro o la dulce luz en la pared que
nos hacen salir de nuestra somnolencia, de nuestra
ceguera y dolor siempre demasiado encerrados en
sí mismos.
Jesús es siempre una puerta abierta que nos hace
crecer. Jesús no tiene nada de melancólico o
nostálgico o triste. Jesús es vida, vida inesperada,
silenciosa, calladamente resplandeciente y dichosa,
vida que siempre genera vida. Y esto nos muestra
esta pintura.
"La vocación de Mateo",
de Marinus Reymerswale,
Museo Voor Schone Kunsten, Gante
actualmente en el Museo del Prado,
Exposición
"Marinus, pintor de Reymerswale"
ooo
"El Jardín del Amor", de Rubens
Museo del Prado,
exposición "Pasiones mitológicas"
Si olvidamos nuestro egoísmo
podremos amar
y darnos cuenta de que somos amados.
Este Jardín de Rubens
nos ayuda a descubrir el amor,
a descubrir a los demás.
El amor desinteresado, la compasión.
Gracias al amor desembocamos en los demás.
Lo que somos no acaba en nosotros:
lo que somos nos une a todos y a todo,
a la Vida eterna que late
en todo el Universo.
Somos esta Vida sin fin
que amamos y nos ama
y con ella dejamos atrás
todos nuestros miedos,
toda nuestra resignación,
todas nuestras muertes