El sol se pone sobre un campo de Rumanía. Los
oscuros árboles del crepúsculo, una ermita,
alguna casa.
El azar de las nubes navega el cielo. Ese
orden misterioso, morado, rosa, blanco.
Un hombre llamado Brancusi plantó un árbol
en ese campo. Lo llamó "una columna sin fin".
Está hecho de dulce anhelo, de un antiguo
sueño de dicha. De un poco de memoria y de
fértil olvido.
La columna sin fin se alza en la noche. Su
oscuridad es una luz en la hermana oscuridad.
Ese árbol del hombre no tiene hojas. Nosotros
somos sus hojas. Se alimenta del agua del
espíritu. Hay que regarlo.