Cuentan que Bill Yeats, caminando hacia sus
últimos meses en la vida gustaba de hundir
su dedo índice en el barro de los charcos
y formar un pozo, escaso de agua pero de
oscuridad brillante.
El pozo le daba un anillo de agua.
El pozo le daba un anillo de tierra.
El poeta, irlandés y tan viejo, arrojaba a
través de él sus ilusiones irlandesas, su
sonrisa de poeta, su cansado silencio.
El anillo le daba esa desnuda caída hacia
el ahora.
El anillo le daba esa desnuda caída hacia
la nada.