"La vida no termina.
Un mundo de luz nos espera",
Franco Battiato
El infinito y lo eterno son ahora
y están dentro de mí,
son una riqueza inigualable,
no dependen de nada,
son una riqueza inagotable
Ésta es la casa donde más cielo se ve
de todas en las que he vivido. Más aún
que en casa de mis padres frente al colegio
de las ursulinas y el colegio del Pilar donde
estudié.
Salgo poco de casa en parte por la pandemia,
pero sobre todo porque miro mucho el cielo
y por eso no me hace falta salir.
Al principio del día, muy de mañana veo
el cielo mucho tiempo y veo cómo se expande,
las nubes, la claridad, el azul, el sol. Y luego
a lo largo del día, su presencia majestuosa,
siempre reconfortante, transmitiendo una paz
misteriosa, profunda. Y luego en la noche
antes de dormir con la calle sin coches.
El cielo me habla de una dimensión, un orden,
una armonía más alta que la nuestra. Despliega
su inmensidad y me siento seguro ante su
grandeza inabarcable, incomprensible. Veo
cuán pequeñas son nuestras incertidumbres y
contingencias, su ilimitado silencio me lo hace
comprender.
Doy gracias por el cielo que me saca de mis
pobres coordenadas, de mis cálculos y mis
limitadas expectativas y me dejan desnudo
ante él. Debe pertenecer a la misma insondable
profundidad de Dios, o de la música, la misa
en B menor de Bach, el Canto Gregoriano,
el latido de nuestro corazón o la "Acción de
Gracias" de Beethoven, la pintura, pienso en la
Mañana de Pascua de Friedrich, o la poesía.
El cielo me hace pensar y sentirme cerca de
Etty Hillesum, de mi madre, de los que aún
no están aquí, una comunión de las almas, de
mi mujer...